¡Atención, locutores profesionales del mundo! Si pensaban que su mayor enemigo era una afonía repentina o un guion lleno de trabalenguas, tengo noticias para ustedes: el verdadero villano es tu vecino con un micrófono USB y una audacia que roza la insolencia. Sí, hablamos del intrusismo, esa plaga que convierte nuestra noble profesión en un «sálvese quien pueda» a golpe de precio irrisorio.
El «Artista» del Cuarto de Baño y Su Estudio de Grabación Casero
Resulta que ahora, gracias a la maravillosa democratización de la tecnología (¡bendito sea YouTube y los tutoriales de Audacity!), cualquiera puede autoproclamarse «locutor». Basta con tener un micro de 30 euros del Aliexpress, una almohada para simular una cabina insonorizada y la inmensa convicción de que su voz, por muy nasal o monótona que sea, es la próxima gran sensación.
¿El resultado? Clientes que, con la astucia de un lince y la visión de un topo, deciden que «total, es para un vídeo de TikTok» o «solo es la voz del contestador automático de la fontanería Paco». Y claro, ¿para qué pagar a un profesional que ha invertido años en clases de dicción, vocalización y en entender que un fonema es algo más que un ruido, si puedes tener a Manolo, el del quinto, por una caña y una tapa?
La Guerra de Precios: De Estudio Profesional a «Me lo Haces por un Café»
Aquí es donde la cosa se pone verdaderamente jugosa. Mientras nosotros, los «puristas», nos rompemos la cabeza calculando tarifas que cubran el alquiler del estudio, el mantenimiento del equipo de miles de euros y, ya puestos, algo para comer, aparece el «artista amateur» con una oferta que haría llorar al mismísimo Amancio Ortega. «Te lo hago por 10 euros», «te lo grabo a cambio de una mención en tu Instagram», o mi favorito, «te lo hago por un café y me invitas a churros». ¡Maravilloso! ¿Y mis facturas? ¿Y mi hipoteca? ¿Las pago con likes y azúcar glas?
Esto no es una competencia sana, amigos. Es un intento descarado de arrastrar los precios al fango, creando un mercado donde el «bueno, bonito y barato» se convierte en «bueno, bonito y… ¡gratis!». Y claro, el cliente, que de tonto no tiene un pelo (solo la cartera), se va con el más económico, sin importar que la voz suene a robot o que el audio parezca grabado dentro de un retrete.
Cuando «Profesional» se Convierte en un Chiste Mal Contado
Y la guinda del pastel es cómo todo esto afecta a nuestra reputación. Antes, decir que eras locutor implicaba respeto, admiración, quizás hasta un poco de envidia sana. Hoy, la gente te mira con cara de «¿Ah, sí? ¿Y qué tal te va con tu micro de karaoke?». Se ha diluido el valor de la profesionalidad, de la interpretación, de saber cuándo hay que poner énfasis en una palabra o cuándo hay que darle un toque de humor al texto.
Porque sí, señores, la locución es un arte. No es solo leer. Es interpretar, es sentir, es transmitir. Es lograr que un simple texto cobre vida y resuene en la mente del oyente. Algo que, con todo respeto a Manolo del quinto, no se consigue con un micrófono del chino y una resaca mañanera.
Así que, mientras esperamos que la sensatez regrese a este mundo de locos y que los clientes vuelvan a valorar la calidad por encima del «chollo», sigamos puliendo nuestras voces, educando a nuestros clientes y, quizás, rezando para que el micrófono USB de Manolo se estropee. O que, al menos, se le acabe la pila. ¡Por un futuro con menos ruidos extraños y más voces de oro!